El peligro de ser políticamente correcto

El discurso políticamente correcto se da cuando las palabras se orientan hacia lo que los demás -cuando son la mayoría- esperan que se diga y suele estar motivado por la necesidad que tiene un emisor de conseguir una amplia aceptación o reconocido social. De este modo, en general, la retórica políticamente correcta suele construirse en base a análisis simplificadores de la realidad, formas espectacularizantes, interpretaciones maniqueas y promesas-propósitos utópicos o nihilistas, ya que este tipo de discursos son fáciles de producir, escuchar y asimilar, por lo que reportan una inmediata popularidad a sus emisores y sensación de seguridad a los numerosos interlocutores que atraerán hacia sus grupos. Los discursos políticamente correctos proliferan con gran facilidad, porque en definitiva son fáciles de procesar y están elaborados, transmitidos, reelaborados y vueltos a transmitir por oradores oportunistas o ignorantes que dicen lo que todos quieren oír, para ganar fama o satisfacer diferentes necesidades personales u organizacionales, sin tener en cuenta las posibles consecuencias de sus palabras.

El gran problema del discurso políticamente correcto radica en que, al estar orientado hacia lo que los demás esperan que se diga, no atiende fielmente a la realidad y, en consecuencia, no está conectado totalmente a ella. De este modo, mientras la realidad sigue su camino, este tipo de oratoria se separa de ella y diverge lentamente hacia lo que la gente quiere oír, que puede ir desde las promesas utópicas, las quejas o las críticas nihilistas, hasta la violencia verbal que sublime la frustración emocional contenida en la sociedad -todo esto es fácil de ver hoy en día-... en definitiva, estas estrategias discursivas carecen de utilidad y obstaculizan la comunicación social, pues nacen de un análisis irreal, están motivadas por intereses personales, institucionales o empresariales y -lo más importante- no ofrecen soluciones reales.


Como alternativa a este tipo de discursos simplificadores, maniqueos e incluso violentos, tenemos que recuperar una verdadera actitud filosófica, que de lugar a una oratoria realista, constructiva y enriquecedora. Así, ésta  debe surgir de un  profundo análisis de la realidad, que sea multiperspectivista -observado desde todos los puntos de vista implicados o posibles-, moderado y autocrítico; para el cual será necesario un vasto conocimiento sustantivo -el que se adquiere en las bibliotecas-. Pero además, deberá cuidar los aspectos metodológicos y procedimentales, que deberán girar en torno a la razón, el método socrático y la propuesta de alternativas constructivas y viables, para las cuales se necesitará un plan de acción coherente y bien estructurado. Además, esta filosofía debe crear un constructo simbólico que se readapte periódicamente a la realidad cambiante. Todo discurso que no siga estas pautas debe ser susceptible de ser acogido con desconfianza por todo aquel que aprecie la filosofía, quien además deberá aprender a distinguir este tipo de discursos vacuos.

En definitiva, nuestra ideología y la oratoria consecuente no puede estar motivada por las ansias de parecer moralmente superiores o por la necesidad de agradar a las masas con fines materiales, personales u organizacionales; sólo debe estar guiada por la reflexión realista y filosófica, que atienda a las causas de los problemas y de soluciones realistas, aunque ello implique la autocrítica y el reconocimiento de los errores propios.

Por mi parte, evito la hipocresía y reconozco que, a veces, he caído en este gran error. No obstante, a partir de ahora intentaré corregirlo y ampliaré mi visión de esa filosofía operativa y constructiva, en futuras entradas -para que no se haga tan pesado de leer xD-.

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