Para abordar el tema en profundidad, miremos atrás en la Historia; desde que el que el hombre se emborrachó del poder que le concedió la razón, convirtió a ésta en el criterio máximo para interpretarse a si y a su entorno. De este modo, estableció una jerarquía desigual en el mundo y se encumbró sobre ella por encima de todas las cosas. Comenzó a despreciar lo puramente emocional y así menospreció a los animales, por considerarlos seres faltos de razón, máquinas frías y simples medios para saciar sus necesidades de alimentación, diversión o impulsos nihilistas. Así, esta tendencia culminó con el especismo, una discriminación de carácter moral basada en la diferencia entre especies: una y su Reino racional contra todas las demás. Así, el hombre golpeó la existencia y la hizo girar sobre si mismo, dando lugar a un antropocentrismo que aún hoy en día enturbia nuestra percepción del Mundo.
En este sentido, el ser humano se ha autodivinizado, le ha perdido el respeto a la naturaleza y la está convirtiendo en su reino feudal. El especismo supone una relación desigual e injusta entre el hombre y la naturaleza y se manifiesta a través de la sobreexplotación del ecosistema: el consumo desmedido y excesivo de carne, contaminación del cielo y el agua, tala de árboles, caza por diversión o en casos más extremos e individuales, maltrato animal para sublimar instintos fascistas. Sobra decir, que la Tauromaquia es una expresión del especismo, pues se desprecian las emociones del animal (miedo a la muerte, dolor, sufrimiento...) y se convierte en mercancía y objeto de entretenimiento para el hombre.
El peligro radica en que el especismo en todas sus manifestaciones (entre ellas la Tauromaquia) gesta una relación totalmente desequilibrada con la naturaleza y nos conduce lentamente a la destrucción potencial del medio ambiente, a la extinción de especies, a la desaparición de bosques, a la destrucción del ecosistema... Por ello, hay que interpretar este tema con absoluta cautela y delicadeza; pues supone un problema tan grave como la homofobia o el racismo y debe tratarse con la misma severidad, para erradicarlos por completo del alma humana. A nadie en su sano juicio se le ocurriría conservar una expresión determinada de la homofobia o el racismo, por considerarla una tradición milenaria, pues ello nos condenaría a convivir con un problema latente de por vida. Entonces, ¿por qué íbamos a conservar la Tauromaquia o cualquier expresión cultural del especismo, una tendencia que podría llevarnos al exterminio de nuestra propia raza?
El único camino hacia la supervivencia es el equilibrio, la moderación y la paz.
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