¿Qué es lo que nos hace humanos? (otra perspectiva)

En apariencia, este tema está tan desgastado, trillado y agotado, que, a priori, toda reflexión relacionada con el mismo saturaría el conocimiento humano o caería en vacío, porque suponemos que todo se ha dicho y todo se sabe en este ámbito. Podríamos decir que está tan quemado como el Geocentrismo justo antes de los descubrimientos revolucionarios de Galileo Galilei. No obstante, no podemos negar que la verdad está en constante cambio y que cristalizar una perspectiva supone rechazar la esencia de la sabiduría humana; por ello, quizá necesitemos realizar una renovación conceptual e ideológica en este ámbito, que redunde sobre nuestra propia autopercepción.

¿Qué es lo que nos hace humanos? ¿Qué es lo que nos separa de las demás formas de existencia animal? ¿La razón? Encumbramos esta respuesta en el nivel de los axiomas, nos emborrachamos de ella y la convertimos en verdad absoluta y universal: la capacidad para elegir entre diferentes alternativas a la hora de solucionar un problema que se nos plantea es lo que nos hace exclusivos.

No obstante, esto es relativo, si tenemos en cuenta que existen algunas especies de simios que poseen cierta capacidad de abstracción, habilidad para razonar e incluso capacidad para desarrollar lenguajes sencillos. Así, esta pequeña falla simbólica afecta a nuestros razonamientos tradicionales y se convierte en un elemento totalmente incompatible con la verdad absoluta que pretendíamos mantener intacta. De este modo, nos encontramos con una perspectiva simplificadora, que domina nuestra percepción y la empobrece; porque la razón por si sola no nos hace únicos, no conforma nuestra esencia, no nos hace todopoderosos y no es un fin en si mismo. La razón, como las emociones -y en perfecta combinación con éstas-, es un medio para alcanzar aquello que nos hace verdaderamente exclusivos: la capacidad para generar sentido.

Es decir, lo que nos diferencia de los animales es la capacidad para construir nuestra existencia a través de las decisiones que tomamos, el poder para dotar de significado a esas decisiones y la habilidad para construir el sentido de nuestra propia vida, así como la capacidad filosófica de la que estamos dotados para realizar esta tarea tan trascendente. Una habilidad trascendente que se manifiesta en la capacidad potencial de ser felices cuando no tenemos nada, de ayudar a los demás cuando no tenemos ni para vestir o de ser libres cuando estamos entre barrotes. Una habilidad innata que yace latente en el alma de cada individuo y espera a que la despierten, con el impulso cultural menos esperado. A esta capacidad u objetivo de generar sentido y felicidad, deberían estar subordinadas todas las demás habilidades humanas: la razón y las emociones, en una interrelación equilibrada y moderada.

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