Irracionalidad

12 de Noviembre de 2019, iba caminando por una calle de Madrid. Era una noche oscura, húmeda y neblinosa. El suelo y las paredes de los edificios estaban cubiertos por una finísima película de agua, aunque ésta no era lo suficientemente densa como para decir que las calles estuviesen mojadas, era como si una extensión de la niebla envolviese la ciudad. Mi vista sólo podía penetrar unos escasos metros en esa espesa y densa niebla, más allá sólo se veían esferas luminosas o rayos difuminados de luz producidos por el alumbrado público. Me rodeaba un silencio sepulcral, sólo el sonido de mis pasos, amplificados hasta el infinito por la nada, me sacaban de mi aislamiento y mi abstracción. Era tan agradable como terrorífico sentirse así de solo.
De pronto, mis pasos se mezclaron con los de otra persona, empezaron a confundirse, cada vez parecían más sincronizados... alguien se acercaba. El sonido condujo mi mirada hacia el frente, donde vislumbré una figura que se iba definiendo conforme avanzaba hacia mi. Era un joven, parecía distraido, tanto que dudé si se había percatado de mi presencia. Seguía avanzando, mudo, ciego y sordo, sin hablar, sin ver y sin oír, totalmente ensimismado. De pronto, éste hizo algo que alteró su marcha, pero no su apariencia distraida, pues pareció hacerlo de forma automática. Él joven sacó un reproductor de música de su bolsillo. Pareciome un iPod, pues vi como deslizaba la yema de su dedo pulgar por la parte inferior del aparato, haciendo círculos. La pantalla brillaba y teñía levemente el aire de su alrededor, la luz cambiaba de matices, buscaba algo. De pronto, entre sonido de paso y paso, suyos y mios, en los pequeños resquicios que me ofrecían esos leves momentos de silencio, mi oído pudo captar algo que parecía música. Para entonces ya estábamos tan cerca que mi presencia llegó a alterarle. Entonces, alzó la vista, mostrando una leve sensación de sorpresa pero sin perder esa calma que transmite una persona ensimismada. No habló, se limitó a dedicarme una sonrisa que yo, amablemente le correspondí modificando el gesto de mi rostro con un tono amable. Fue un saludo sin palabras, más de lo que se puede pedir para dos desconocidos que viven en una gran ciudad. Pasó y todo volvió a la calma, pues sus pasos ya no me llamaban la atención.
De pronto, un gran estruendo rompió la calma. Empecé a oir voces aterradoras que parecían no venir de ninguna parte concreta, aunque se escuchaban en cada rincón de la calle. Era el preludio del mismísimo caos. Las voces se acercaban y empecé a escuchar lo que decían: Una:

-¡La está escuchando y no ha pagado! ¡no ha pagado! '¡no ha pagado! ¡no ha pagado...!

Ésta se repetía hasta mi hastío, incesante, agobiante. Otra:

-¡A por él!, ¡pagarás por esto!, ¡criminal, nos las pagarás!

Amenazas, sólo amenazas. De pronto las voces estaban lo suficientemente cerca como para concretar de donde procedían, eran aterradoras. Venían del mismo sitio de donde salió aquel joven. Entonces, mi atención cedió ante el ruido atronador de la marcha militar que emprendían los dueños de las voces, música para un cruel dictador, un horror para cualquier ciudadano. En aquel momento salí de mi asombro y asimile la amenaza: "¿vienen a por mi? No puede ser, no he hecho nada malo..." Segundos en los que el miedo me hizo pensar con total claridad, tanta que la atención hacia mis propios pensamientos hizo que ni siquiera me percatase de que aquellos hombres que gritaban habían pasado de largo, ignorando mi presencia. Entonces lo vi claro, iban a por el joven. Éste pareció no perder la calma y, siendo consciente de que sería la futura víctima de aquella jauría, mostró una tranquilidad asombrosa y terrorífica que me dejó pasmado. Sus movimientos fueron rápidos y decididos: se dio la vuelta, subió el volumen de su reproductor y mantuvose firme, inmóvil, como una columna. Ni siquiera se inmutó cuando aquella manada de salvajes uniformados le tuvieron rodeado. Volvieron a gritar, como si hacerlo fuese lo único que sabían hacer:

-¡Pagarás por esto, criminal! ¿Crees que puedes vivir del trabajo de otro e irte de rositas? ¡Nosotros te enseñaremos!

Qué irracionalidad, no comprendía nada, la situación era cada vez más tensa. De pronto, el joven, asqueado del discurso de aquellos mercenarios rompió su silencio y dijo:

-¿Vosotros...? Vosotros sois unos hijos de la gran puta...

Acto seguido se escuchó otro ruido atronador, precedido por el sonido de un cerrojo. Fue un disparo. Le habían disparado al joven con total impunidad, ante mis ojos. No tuve valor para mirara el cadaver. En ese momento sólo podía pensar en que iba a morir, pues mi papel principal en todo aquello fue el de testigo. Pero no fue así, los mercenarios se fueron por donde vinieron, volvieron a cruzarse conmigo y volvieron a ignorarme. Uno de ellos sacó unos cigarrillos de su bolsillo, le ofreció tabaco a otro, que simultaneamente le ofreció fuego a él. Todos sonreían. Era monstruoso. De pronto uno de ellos profirió las primeras palabras posteriores a aquel horrendo e injustificado crimen:

-¿cuándo aprenderán que hay que pagar el canon? ¿Han
creído que la cultura es gratis? Todo esto es por culpa de aquellos asquerosos demócratas. Así aprenderán...

Las risas envolvieron el ambiente. Cuando me dieron la espalda, pude leer algo que llevaban escrito en sus uniformes: "SGAE".

3 comentarios:

  1. Me parece un poco.. "bestia" tu crítica hacia la SGAE. Sí, estamos de acuerdo en lo sumamente idiotas que son, pero en fin... Este relato no deja de ser en gran parte ficticio.
    Igual.. está bastante bien.
    A ver si charlamos algún día, un beso :3

    ResponderEliminar
  2. Pues yo lo comparto y de hecho no me sorprenderia nada

    ResponderEliminar
  3. Enhorabuena por este pedazo de artículo sobre la mafia de la SGAE, no te falta razon alguna al describir esta increible pero a la vez posible historia. Si nada cambia, el futuro que nos depara será el del muchacho que te sonrió...

    un abrazo! Manuel Barrera.

    ResponderEliminar

Los comentarios serán moderados, para evitar trolleos y tonterías.